En el vasto mundo del servicio público existe una especie que se reproduce con sorprendente facilidad: la batata política. No se confundan: no es un vegetal, aunque algunos podrían decir que tiene la misma utilidad en la oficina.
La batata política llega a su puesto de trabajo con un currículo invisible: por lo regular no estudió, no tiene experiencia, y rara vez se le ve haciendo algo útil. ¿Y aun así? Cobra un sueldo como si fuera el MVP del departamento.
Los síntomas son claros:
- Invisibilidad profesional: Presente en la oficina, ausente en el trabajo.
- Especialista en excusas: Ningún error es suyo; todo es culpa de sistemas, jefes anteriores o “la tienen conmigo”.
- Efecto dominó negativo: Su mediocridad arrastra proyectos, equipos y hasta la paciencia de sus compañeros.
- Red de favores: Cada ascenso o asignación viene con su ración de contactos políticos, no de méritos.
El verdadero peligro de las batatas políticas no es solo su incapacidad, sino el mensaje que envían: que el talento, la ética y el esfuerzo son opcionales. Que lo que importa son las amistades y los favores políticos.
Si queremos un servicio público decente, debemos dejar de premiar la mediocridad y empezar a exigir competencia. Porque, mientras existan batatas políticas, la eficiencia seguirá siendo un lujo… y el ciudadano, el pagador de la cuenta.
Porque, al final, el sueldo no debería ser un premio por amistad o favores… sino por trabajo.
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